La rosa del desierto
“Te veré en el desierto,” dice la Lluvia,
y se va en una racha de viento.
Mira hacia atrás a la Rosa
cuyos pétalos florecen
cuando cierra los ojos y se imagina su reunión: el cálido abrazo de la lluvia,
sus ojos brillando mientras la luz del sol
refleja el agua azul claro, mientras ella
mira a la Rosa como si fuera todo y
lo demás no fuera nada.
El verano termina y
es la hora de la reunión en el desierto–
así que se pone
sus mejores pétalos y deja las
colinas cubiertas de verde
y sigue a los pájaros
en el cielo que la llevan
entre las dunas y las dunas. Su
tallo se hunde en la arena y el
polvo se aferra de sus hojas,
y los dientes de los coyotes
llenan sus sueños por la noche
y los pájaros se transforman en buitres
con la risotada que
llena sus pesadillas durante el dia.
No ve nada ni nadie
por millas y millas, y le parece
que no hay nada en absoluto, solo
negro y rojo: no hay
sol dorado ni agua azul clara, solo
una extensión interminable de
hojas caídas y pétalos marchitos. Ella
cierra los ojos y llora, y llora, y
los coyotes la miran desde sus dunas
y compadecen a la Rosa del desierto.
Entonces los coyotes le dan sus zarpas,
y los buitres siguen y le dan sus garras,
y aunque sus pétalos se esfuman
y ya no hay ni verde ni dorado,
ella ahora tiene espinas para protegerla de los
dientes y las garras y el viento y el polvo.
Pero nada quita
la sed, la necesidad penosa
de la Lluvia, por su Lluvia,
el frío abrazo de su amor cristalino–
y sus espinas crecen quebradizas con el tiempo.
Una por una, desaparecen también,
Y finalmente se hunde en la arena
Y cuando ella se acuesta, mirando al cielo
y se ve la Lluvia, que
la mira con sorpresa, sorpresa verdadera
de que la rosa que ha dejado desde tanto tiempo
ha sobrevivido un año sin lluvia. La Rosa, sin embargo, solo sonríe,
y piensa en las colinas verdes y
el sol dorado y los pájaros que trinan,
sabiendo que no cambiaría nada
por la única gota de Lluvia que siente en su rostro