Fui a la playa con mi hermano.
Cuando no llevo las gafas, parecemos muy similares.
Me miró y sonrió.
Nos zambullimos en el agua,
Embebidos en nuestra curiosidad.
Cruzamos la orilla con esfuerzo (había marea alta).
Parpadeé y ya no podía ver a mi hermano.
La opresión de las olas agotó mis extremidades.
Quería regresar.
Pero cuando me di la vuelta, no vi la playa.
En los cuatro horizontes: mar, mar, mar, mar.
El silencio creó una cacofonía;
Nadaba por cinco minutos, diez, quince.
Mar.
Sentí el apretón de la muerte. No queria abrazarla. Espera,
No es de muerte, es de una tortuga marina. Bien.
¡Quizás era la tortuga marina de la muerte! Pero no tenía opciones.
Contuve la respiración y bajé, bajé, bajé.
Abrí la boca. Abrí los ojos. Respiré el agua. Miré los peces.
Estaban mirándome también.
Había un pez gigante, del tamaño de un coche, rodeado de peces. Y dijo:
“Ahora eres uno de nosotros.”
Me guió a mi cuarto, completado con una mesilla y una cama de arena.
Me acosté con un mil peces mirándome. Y cuando me desperté:
Estaba en la playa con el sonido de sirenas. “¡No te muevas!” dijo el altavoz.
Me movía palmo a palmo a lo largo de la arena.
Me miré en el reflejo del mar. Tenía aletas y branquias.
Ya no me parezco a mi hermano aunque no llevo las gafas.
Me zambullí en el agua otra vez.