En julio de 2015 mis padres y yo viajamos a Argentina para las vacaciones de verano. Nos quedamos en la ciudad de Buenos Aires por un par de días antes de salir a otra ciudad, Puerto Iguazú.
Después de aterrizar en Iguazú, el taxista nos dejó en la puerta de una calle sin asfaltado, diciéndonos que nuestro resort estaría al final de la calle. Le dimos las gracias, agarramos nuestro equipaje, y comenzamos a caminar por la calle inclinada. Un par de minutos después, mi padre dijo: “¡ay no, nos pasamos el resort!” Yo gemí porque la espalda me estaba doliendo por todo el equipaje que llevaba encima , pero no me quejé. Dando la vuelta, regresé en la dirección opuesta. Después de un tiempo, mi padre dijo que nos habíamos pasado la entrada por segunda vez. Frustrada, me di la vuelta y comencé a caminar hasta que finalmente llegamos a nuestro destino.
Entrar en el resort era como pasar por el armario a Narnia o pasar la pared de ladrillo a Diagon Alley. En comparación a los hoteles o Airbnb en los que me he quedado en viajes anteriores, este lugar era un resort donde los espacios habitables estaban perfectamente mezclados con el medioambiente. El balcón de nuestra habitación daba al bosque y podíamos oler el aire fresco.
A la mañana siguiente fuimos al Parque Nacional de las Cataratas del Iguazú. Todavía recuerdo los caminos serpenteantes en la caminata hacia la montaña. A medida que subíamos por el sendero, el aire se volvía más húmedo, y tenía que saltar sobre charcos para evitar mojarme. (¡todavía me mojé porque gotitas de agua caían de las hojas de los altos árboles que nos rodeaban!)
Una cosa que tengo que mencionar es el coatí. Con colas largas como mapaches y hocicos alargados como osos hormigueros, los coatíes son una especie de animal que nunca había visto antes. Estaban por todas partes, en las barandillas, en los caminos, en los árboles, y a veces volando mientras saltaban de árbol en árbol. Parecía que estaban acostumbrados a los turistas ya que probablemente había tantos coatíes en el camino como gente. Desafortunadamente, eran demasiado ágiles para tomarles una buena foto, así que aquí hay una imagen de Internet.
El silencio no era una opción en el parque nacional. Oímos el trueno de las cataratas, el trino de los pájaros, el charloteo de los monos Caí, las pisadas de los coatíes, o todos ellos al mismo tiempo. A pesar de estar en un ambiente ruidoso, me calmó la presencia de la naturaleza y la vida salvaje.
La siguiente parte del parque que visitamos fue la Garganta del Diablo. El nombre encaja muy bien porque la Garganta Del Diablo era la pasarela peatonal que conducía a un balcón que colgaba sobre las cascadas. Para distraerme del agua corriendo debajo de mí, miré hacia arriba y encima de mí había un cielo claro y azul. También, mirando alrededor, no vi uno, ni dos, sino tres arcoiris en el cielo al mismo tiempo. Tengo que decir que las fotos no hacen justicia a las cataratas de Iguazú pues son mucho más impresionantes en persona.
Al final de nuestra visita al parque nacional, nos detuvimos en un pequeño puesto turístico para comprar imanes, una tradición que tenemos cuando viajamos. Aquí están los dos imanes hechos a mano que decidimos conseguir:
Mi viaje a Iguazú fue una serie encadenada de aventuras. La belleza de la naturaleza allí es única y espero tener la oportunidad de volver a visitarla. Si estás planeando ya tus vacaciones, te recomiendo que visites estas cataratas. Estoy segura de que lo disfrutarás tanto como yo. Y si tienes preguntas o deseas conocer más detalles del viaje, no dudes en ponerte en contacto conmigo.
Fuentes:
https://iguazuargentina.com/es/index
https://www.iguazujunglelodge.com/index.html